sábado, 28 de noviembre de 2009

-ELLOS- por Carmen Romero

No sabe si contarle a su mujer lo que le ha sucedido en la mañana de hoy. Entra en casa y Virginia sale a su encuentro.

- Cuanto has tardado.
- Es demasiado estrés al que estoy sometido.
- ¿Estrés? Pero si sólo has ido a lavar el coche… ¡ni que fuera un camión!

Segundo cree que a ella no se le puede pasar por la cabeza la peripecia que ha tenido con el coche. Además, no sabe ni si quiera si lo entendería.

- Ummm, ya sabes que no me gustan nada los lavaderos de coches.
- Y dónde quieres lavarlo, ¿en la puerta de casa? Está prohibido.
- Siempre los mismos dictan las prohibiciones, siempre los mismos se ríen de los demás. Siempre los mismos… ¡ellos! Ellos son los que siempre tienen el poder y hacen y deshacen a su antojo.





Enciende un cigarrillo negro, el tabaco rubio ha empezado a saberle a poco. Mientras fuma sentado en la azotea piensa en su vecino de al lado. Ese arquitecto que trabaja en el ayuntamiento y que le denunció por haber hecho una escalera en su propio patio. Es que no puede uno ni poner unos cuantos peldaños para poder subir del patio a la azotea en su propia casa. No lo entiende. Segundo se enfurece aun más. No puede aguantar mucho más tiempo esta situación. Demasiado estrés, se lo están comiendo poco a poco. Sus ganas de vivir, sus ansias de luchar y sus deseos de cambio social se están apagando a un ritmo vertiginoso. Coge del bolsillo de la camisa un nuevo cigarrillo y lo enciende con la colilla del anterior aun incandescente. Sigue nervioso, muy nervioso, más que nada furioso. Piensa en la mañana tan aterradora que ha tenido. Porqué a él, porqué si tampoco participó tanto en aquellas manifestaciones, si a penas había conseguido ningún logro, si ni si quiera pudo terminar la mayoría de las impresiones de propaganda electoral… porqué a él.
Virginia hace la cena mientras Segundo no deja de darle vueltas a lo ocurrido. Sigue fumando. Fuma y piensa, Piensa fumando. Virginia sirve la sopa y Segundo se quema la lengua en la primera cucharada.

- ¡Ostias! ¡Lo que me faltaba ya hoy! ¡Me cago en dios!
- Tranquilo Segun, es que no puedes hacer las cosas tan acelerado. Espera, espera.




No deja de darle vueltas. Segundo se levanta de la cama y sale al balcón a fumar. Son las tres. Las tres y aún no había conseguido pegar ojo. No sabe si contarle a Virginia que ha tenido que llamar a la grúa por culpa de los del taller. También duda si fueron los del taller o no debería haber dejado el capó abierto mientras cambiaba el billete para echar monedas a la pistola a presión de agua. Qué le habría pasado, se preguntaba. Porqué en el depósito del aceite había agua. Porqué cuando estaba esperando a la grúa, tras calársele el coche, apareció una furgoneta llamativa cuyo conductor portaba un muñeco de cartón que sacó por la ventanilla en el momento que pasó por su lado… Le asaltan tantas preguntas que es imposible volver a la cama y cerrar los ojos…

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