lunes, 30 de noviembre de 2009

QUÉ MÁS PUEDE PASAR por Braulio Moreno Muñiz braulio_moreno@ya.com

QUÉ MÁS PUEDE PASAR

No es que sea demasiado tarde, es que el decorado que rodea a Jorge es sumamente triste, bonito, pero triste. Son las nueve de la noche, y han terminado las clases por hoy. El edificio de la universidad es oscuro, por eso va pensando que es triste, aunque cuando ha venido a clase siendo aún temprano como para que el sol esté bajo el horizonte, no lo han contagiado de tristeza las piedras grises de los añejos muros que lo rodean y lo acompañan hasta la puerta. Ahora lo invitan a caminar cada vez más deprisa, porque a estas horas de la noche, el edificio está desierto, y aunque él no quiera, la excesiva soledad lo hace recordar películas como "Tuno Negro" o "Los crímenes de Oxford". Intenta quitarse de la cabeza la idea de que puede ocurrirle algo, pero como no es capaz de dominar su incipiente miedo, todo lo que hace para entretener su imaginación, queda frustrado ante ese conglomerado de circunstancias que lo llevan indefectiblemente hacia terrenos cuyo dominio pertenece a ese pequeño pánico que le provoca la falta de luz.
Trata de recordar algo agradable, pero no lo consigue, en vez de eso, en sus oídos resuenan, viniendo desde su espalda, unos pasos. Por la gravedad y pesadez del sonido de los talones contra el suelo, y por la cadencia del ritmo, parece que es un hombre. Esto no significa nada, pero es el caso que la mayoría de los asesinos en serie de las películas que Jorge ha visto, son hombres, lo que lo deja con un más alto porcentaje de posibilidades de que la persona que va tras él sea alguien cuyas intenciones son las de hacerle daño. Está tentado por volver la cabeza y ver quien es, pero no le parece digno porque ese gesto lo haría demostrar que tiene miedo, y lo haría caer en el más espantoso de los ridículos, cosa a la que teme más que a perder su propia vida. Así, que se decide a apretar el paso para enfilar el último tramo del pasillo que lo va a conducir hasta la calle.
Una vez fuera del edificio, pero aún dentro del recinto de la universidad y después de haber superado el miedo que lo atenazaba, agradece el gesto de aquellos que en su día sembraron generosamente las aceras de farolas. Ya está más alegre, incluso se sonríe ante el cercano recuerdo de haberse dejado llevar por el pánico en una situación que ahora se le antoja como de lo más trivial. Cuando va a traspasar la verja de salida del campus, y va a incorporarse a la calle para girar a su izquierda y dirigirse a la parada más cercana del autobús de la línea uno, se encuentra, de pronto, conque desde su derecha viene un grupo de... ¿De qué? No es capaz de asimilar lo que sus ojos ven. Hacia donde él se encuentra, viene un enorme grupo de personajes que, al principio, no es capaz de reconocer, pero después llega a apreciar que los que encabezan la marcha son tres o cuatro naipes del tamaño de personas de mediana estatura, y del borde superior les nace algo así como unas cabezas, mientras que de los costados y del borde inferior, les sale como unos brazos y unas piernas. A estos naipes humanos les siguen, en lo que pretende ser un desfile ordenado, una serie de cafeteras, tazas, y lo que parecen ser piezas de ajedrez de tamaño excesivo, todos con sus respectivas cabezas, brazos y piernas.
Jorge no acaba de salir de su asombro cuando, al acercarse el pintoresco grupo, alcanza a oír que entre risas y cantos, algunos de ellos llevan una conversación animada; e incluso, uno de los naipes que encabeza el grupo, alza la voz y, en dirección a donde él se encuentra, lanza un grito y pregunta: <<¿Hace mucho que habéis llegado?>>. Como Jorge no cree que se estén dirigiendo a él, entre otras cuestiones, porque no los conoce de nada, gira la cabeza en sentido inverso al que trae el grupo, y ve que los esperan, cerca del semáforo hacia el que ha de marchar, una jovencita rubia y vestida con ropa nueva pero de una época ya pasada, y un conejo blanco y gordo, del tamaño de un hombre adulto, que no hace más que mirar un reloj de bolsillo que cuelga de una cadena dorada, éste levanta la cabeza otra vez y exclama: "Si no os dáis prisa, no llegamos". Ante esto, Jorge no sabe si reír o llorar, no sabe si sentirse bien por vivir un sueño, o, si por el contrario, ha de preocuparse porque esté padeciendo un brote psicótico que debería de ser tratado por un especialista. El caso es que, en menos de quince minutos, ha pasado de vivir unas escenas de los "Crímenes de Oxford" a ser testigo de la materialización de algunos personajes del famoso cuento de Lewis Carroll.
Algo preocupado por su estado psicológico, y presa de una excitación provocada por los acontecimientos que a esas horas de la noche, se desarrollan ante un hombre poco acostumbrado a vivir aventuras, sobre todo sin él ir a buscarlas, Jorge se arma de valor y se introduce en la corriente de personajes que, justo en esos momentos, pasan por delante de él. De forma decidida, y más por demostrarse a sí mismo que es capaz de sobreponerse a cualquier amago de alteración de la realidad, que por animadversión hacia aquellos que ahora lo rodean, camina calle abajo a un paso que hace que no avance más deprisa que el grupo de raros personajes, pero tampoco más lento, o al menos no tanto como para quedarse a la zaga y deshacerse de su más que extraña compañía. Intenta aminorar su marcha, y cuando parece que va a desprenderse de los que lo llevan casi en volandas, una mano le toca la espalda, él se vuelve, y ve que quien lo ha llamado no es otro que el alfil negro, que con una sonrisa pintada en su oscuro rostro, le pregunta:
- ¿Tú de que vas disfrazado?
A lo que Jorge, mitad sorpresa, mitad indignación, contesta:
- No voy disfrazado.
- Pues vas a tener que salirte del grupo, porque así estás estropeando el efecto que queremos provocar a los que nos esperan en el Casino de la Exposición.
Como si eso le importara, asiente con la cabeza en silencio, y a fuerza de tropiezos y de algún que otro empujón, consigue alcanzar la cola del extraño desfile. Se para en medio de la acera, y deja pasar unos segundos antes de reemprender su marcha a la zaga de los personajes extraídos de "Alicia en el País de las Maravillas".
Ahora empieza a encontrarse aturdido, y sufre como una especie de vértigo, pero no se preocupa demasiado porque piensa que es debido a todo aquello que le ha ocurrido desde que minutos antes saliera de clase, y es demasiado esfuerzo el tratar de cribar con el sentido común lo que le está ocurriendo para separar la realidad de la ficción, sobre todo cuando ésta se disfraza tan bien de aquella, cuando toma cuerpo y modales de hechos sumamente creíbles; o cuando la realidad se disfraza de ficción para gastarnos la terrible broma de esconderse detrás del brillo de sueños ajenos.
Braulio Moreno Muñiz

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