domingo, 29 de noviembre de 2009

-NACE UNA AMISTAD, por Antonia Jiménez

NACE UNA AMISTAD

Antonia Jiménez Rodríguez

Poco a poco, Shami, abre los ojos. No reconoce la habitación. Esta mañana entran unos hilitos de luz distintos. Se queda un rato mirando a su alrededor. Mira las paredes, pintadas de un color parecido al de las papayas. Mira los cuadros con flores que cuelgan de una de las paredes. Mira la puerta, blanca como la nata. Siente el tacto extraño de las sábanas y las huele. No reconoce el olor y por un momento piensa que está soñando, aunque ese pensamiento desaparece de su mente en el momento en que se abre la puerta y ve la silueta de su madre. Se abraza a ella muy, muy fuerte. Sí, su olor, sus besos, sus caricias son las de siempre.
Se sienta en una silla extraña a desayunar, dentro de una casa totalmente desconocida. Todo es distinto, la leche tiene un sabor raro, el pan, incluso las tortitas de harina que su madre le hace cada mañana, han cambiado de sabor.
Cuando termina, mamá le da la mano, la lleva junto a una gran cortina azul que hay en el salón y le pide que cierre los ojos. Obedece mientras su madre abre de par en par el balcón. Shami nota la claridad y el calor del sol a través de sus párpados cerrados. Siente el aire fresco acariciarle la cara.
–Ya puedes abrirlos –le dice su madre al oído.
–Casi no veo con tanta luz –contesta la niña haciendo una mueca y agarrándose a los barrotes de hierro negro. Pegó la cara a ellos y se puso a mirar. Mira las casas, todas pintadas de blanco y con plantas colgando de las ventanas; los arbolitos de la plaza, llenos de frutas color naranja; la fuente, de la que brotan cuatro chorros de agua. Lo mira todo tratando de recordar cada lugar, cada color, cada olor, todo lo que es nuevo para ella.
–Mañana irás al colegio –Anuncia esa misma noche su madre.
Shami no puede dormir. Da vueltas durante toda la noche. Piensa en los niños y niñas del pueblo, en cómo será la maestra o el maestro, incluso en cómo será su mesa. Da tantas vueltas en la cama que por la mañana tiene las sábanas enredadas en las piernas. Se prepara temprano y sale a la calle cogida de la mano de su madre. Por el camino encuentran otros niños que también se dirigen al colegio. Empieza a ponerse nerviosa porque todos vuelven la cabeza para mirarla, así es que a medida que se acerca al colegio, el corazón comienza a latirle cada vez con más fuerza.
Bien agarrada a la mano entran en el edificio y buscan la clase. Su madre habla con la maestra unos minutos, la despide con un beso y se marcha. Shami se queda helada, hay más de veinte niños y niñas con los ojos clavados en ella. No puede moverse, por un momento le parece que no puede ni siquiera respirar, incluso se le ocurre salir corriendo. Entonces oyó una voz agradable.
–Niños, esta es Shami, vuestra nueva compañera de clase –dice la maestra sujetándola con cariño por los hombros. Y explica a toda la clase cómo la familia de Shami había tenido que salir de Cuba. Se armó mucho revuelo porque los niños de esta escuela no tienen ni idea de dónde está Cuba, así que la Señorita Maite, que así se llama la maestra, saca un mapa del mundo y con el dedo indica a todos el lugar exacto.
–Mirad, esta isla es Cuba, se encuentra en el continente Americano. ¿Tenéis alguna otra duda? –Nada más hacer la pregunta se levantan al menos quince manos. Los niños preguntan qué comen en su país, cómo son los colegios, por qué ha venido a este pueblo y no a otro, cómo es el viaje en avión. Preguntan, preguntan y ella responde todo lo que sabe responder. Hasta que una niña levanta la mano y pregunta.
–Shami. ¿Por qué eres negra?
–No sé, siempre he sido así –contesta sin entender bien la pregunta.
Entonces levanta la vista y mira a toda la clase buscando la respuesta. No entiende bien por qué, pero se da cuenta de que todos son blancos.
La Seño, que así la llaman los niños, explica que en el mundo hay personas con la piel distinta, pero que todos somos iguales. Dice que en el país de Shami, Cuba, la gente tiene muchos problemas y por ese motivo las familias se marchan, para buscar un futuro mejor.
Suena un timbre y Shami sigue a todos los niños hasta un gran patio. No sabe dónde ponerse, no sabe si comerse el bocadillo, no sabe si conseguirá amigos, no sabe muchas cosas y esa sensación le da miedo. Se sienta en un escalón de cemento a esperar que suene el timbre anunciando la vuelta a clase. Mientras espera, descubre que un niño de su clase se ha sentado cerca de ella, en el mismo escalón. Decide que ya es hora de perder de vista ese miedo que la ha acompañado durante toda la mañana y con un hilito de voz dice: – ¡Hola! – Ese hola es como un interruptor porque Rafalito, que así dice el niño que se llama, comienza a hablar y no para. Le cuenta cosas del pueblo, cosas del colegio, le cuenta la vida de su familia, le cuenta, incluso, que su tortuga, porque Rafalito tiene una tortuga, está enferma y que el veterinario del pueblo no entiende mucho de tortugas ya que asegura que Matilde, la tortuga, moriría pronto.
–Aunque yo dudo mucho de ese diagnostico y por ese motivo la estoy cuidando yo mismo –dijo y acto seguido suena el timbre y sale corriendo, pero en mitad de su carrera se gira y grita: –Nos vemos a la salida.
–Vale –contesta ella poco convencida.
De vuelta a casa, Rafalito acompaña a Shami y a su madre. Durante el camino les explica muchas cosas del pueblo, de los vecinos, costumbres, fiestas, juegos.
–¿Puedo recoger a Shami esta tarde para jugar un rato en la plaza?
–No sé... –contesta la madre.
Rafalito asegura que jugar es lo más importante para el desarrollo de los niños. Esto hace mucha gracia a la madre de Shami, así es que está de acuerdo.
–Eres un buen chico, Rafalito, puedes pasar por casa a las cinco.
El niño sonríe, da las gracias, atraviesa la plaza y desaparece tras una gran puerta pintada de azul sobre la que cuelga un cartel en el que se lee “Frutería Lola”.
–Es un muchacho muy curioso, habla y habla sin parar –dice la madre.
–Me gusta, es mi mejor amigo. Tengo hambre, mamá.

A las cinco menos cuarto, Shami está pegada a los barrotes del balcón con los ojos fijos en la puerta de la frutería. El tiempo no pasa.
–Mamá, no viene.
–Son las cinco en punto, dale tiempo, llegará – responde su madre.
A las cinco y cinco aparece Rafalito, atraviesa la plaza y saluda con la mano.
–Baja, aquí te espero –le grita desde la calle.
Shami respira hondo, da un beso a su madre y baja a la calle a sentarse junto a su amigo. Rafalito no habla, permanece callado, piensa la niña preocupada.
–Matilde está peor –susurra el niño muy bajito.
–¡¡Rafalitooooo!! –grita la frutera Lola desde la puerta azul de la frutería.
–¡Voy, mama! –contesta a la vez que corre hacia su casa.
Habla un momento con su madre y hace gestos a Shami para que se acerque. La niña decide acercarse y mientras anda mira a la señora frutera Lola, le parece extraña, aunque siempre ha pensado que el resto de las madres del mundo son raras, todas menos la suya, que es una madre normal.
–Hola Shami, me alegro de conocerte –dice la señora acariciándole el pelo.
–Hola –contesta la niña con timidez.
La madre de Rafalito sonríe, le pellizca la mejilla y entra en la tienda. Shami nota en sus manos olor a fruta y a campo, aquello le gusta y piensa que Lola es una buena madre, no tanto como la suya, pero buena.
–Ven conmigo, tengo que cuidar a Matilde –pidió Rafa.
–¿Ahora? –pregunta, no muy segura de querer entrar en casa de su amigo.
–Matilde ha dejado de comer sola. Mi madre dice que no ha probado bocado en todo el día. Tengo que alimentarla yo mismo, si no, puede morir de hambre. Vamos, puedes ayudarme.
–¿Por qué no lo hace tu madre? – volvió a preguntar Shami.
–Soy el dueño de Matilde y por tanto el encargado de alimentarla –argumenta Rafa, muy seguro de lo que dice.

La oscura escalera por la que suben da un poco de miedo a Shami. Cuando acaba el empinado camino llegan a una habitación grande, con los techos inclinados. Rafalito explica a Shami que es un desván y que allí es donde se guardan los trastos. La niña no entiende por qué está allí la tortuga, como si fuese un trasto viejo.
–Mi madre ha mandado aquí a la tortuga porque está enferma y no quiere que ande por la casa porque puede transportar virus o bacterias contagiosas para los humanos.
Shami cogió a Matilde, nunca hasta hoy había cogido una tortuga y le dio un poco de miedo. Mientras Shami observa al animal, Rafalito pica hojitas de lechuga sobre la tapadera de un tarro de cristal. Dice que hay que picar las hojas más tiernas y blanditas. Coge a la tortuga e intente darle su comida con mucha paciencia, animándola a comer con palabras agradables.
–¡Ven Matilde! ¡Toma, come! Vamos guapa, tienes que comer.
–No abre la boca –dice Shami al ver que la tortuga no hace ni caso a las tiritas de lechuga.
–¿Qué voy a hacer? Tienes que ayudarme, Shami, puede morir.
–Nunca he cuidado de una tortuga; pero te ayudaré. Lo prometo –afirmó la niña, levantando la mano.

Pascual el veterinario se colocó unas gafitas pequeñas y redondas. Sacó con mucho cuidado a Matilde de la caja, la miró detenidamente y le tocó las patas para ver si las escondía.
–No reacciona –dice el veterinario negando con la cabeza–. Mal asunto, ha perdido los reflejos. Esperad aquí. Llamaré por teléfono a un amigo mío que vive en la ciudad. Quizás pueda ayudarnos, es experto en reptiles.
A Shami le parece muy buena idea y consuela a Rafalito que ha empezado a llorar.

Cada día, a la hora del recreo, Rafa y Shami juegan juntos, se comen el bocadillo, hablan de la asombrosa recuperación de Matilde, y de los buenos consejos que les dio el experto en reptiles. Sentados en su escalón de cemento preferido, deciden que Shami pediría a los Reyes Magos, que son los que traen los regalos por Navidad en España, una tortuga macho.
–Haremos un estanque para Matilde en el patio de la frutería.
–¿Y si estropeamos el patio? –se preocupa la niña.
–Mi madre me ha dado permiso para hacerlo junto a los rosales, en la tierra. Aunque me ha advertido que como estropee algún rosal, me va a meter de cabeza en el estanque, para que me quede allí con la dichosa tortuga. Y además dice que lo hagamos en las vacaciones de Navidad.
–¡Qué buena idea, Rafa!
En mitad de la conversación se acerca Miguel López, el cabecilla de los recreos., y ordena a Rafa que vaya a jugar con ellos al fútbol.
–No quiero.
–Eres un idiota, que sólo juega con idiotas niñas negras –grita Miguel López acompañado por las risas de sus amigos.
Shami agacha la cabeza y se queda mirando los agujeritos que el tiempo han hecho en el cemento. Miguel López se marcha seguido por el resto de niños que juegan con él al fútbol.
–Te han humillado por mi culpa –se atreve a decir Shami en voz baja.
–Miguel López, me ha humillado desde que entramos a primero y, además, tampoco es tan grave que te humillen, mucho peor es que te atropelle un camión –afirma Rafa muy convencido.
–Estoy de acuerdo.
–¿Con qué?
–Con lo del camión.

Shami corre a través de la plaza. Cruza la frutería por detrás del mostrador como una bala y llega hasta el patio. Rafalito había acabado de cavar el agujero y tiene preparadas unas plantas que su abuela le ha regalado para rodear el estanque de Matilde.
–Vamos a llenarlo de agua y a meter a Matilde para que lo pruebe –propone Rafa entusiasmado.
Cogen la cubeta de la fregona y comienzan a transportar agua. Una cubeta, otra, otra... Pero el agua no se queda, se la chupa la tierra.
–¡Sois tontos! –dice Juan, el hermano de Rafa, desde la ventana de su dormitorio.
Juan les explica que la tierra siempre se chupa el agua y que si quieren hacer un estanque tienen que impermeabilizar el terreno.
–¿Que tenemos qué? –preguntan los dos desconcertados.
–Impermeabilizar.
–¿Eso qué es? – pregunta Rafa.
–Hay sistemas que tapan la tierra para que no se chupe el agua. Si no ¿cómo crees que hacen las piscinas? Los albañiles usan cemento o alquitrán o azulejos. Hay varios métodos –explica Juan, dándose mucha importancia.
Rafa y Shami corren hacia la frutería.
–¡Mamá! Necesitamos un albañil.
–¿Qué habéis roto? –interroga la madre.
–Nada mamá. Es que el estanque tiene que imperme... algo. Bueno que tiene que hacerle una cosa un albañil para que no se le vaya el agua. Me lo ha dicho Juan –se apresura a explicar Rafa.
–Sí, hombre. Si te parece me pongo yo a gastar dinero en tonterías de niños. Lo que necesitéis lo averiguáis vosotros. Bastante tengo yo con tener el patio lleno de tierra y de trastos –responde la frutera Lola, decidida a no gastar ni un céntimo.

Al salir de la frutería, Rafa le dice a Shami que van al almacén de Frasquito el albañil, que es precisamente el padre de Paco, el repetidor de la clase. A la niña no le gusta Paco, siempre está serio y la mira muy raro.
Mientras traviesan el almacén entre bloques enormes de cajas llenas de azulejos, sacos de cemento y ladrillos, la niña sigue pensando en Paco.
–¡Hola! ¡Frasquito! –dice Rafa llamando con los nudillos en una puerta donde hay un cartelito que pone "oficina".
–¡Hombre, Rafa! ¿Qué te trae por aquí? –pregunta Frasquito sacudiéndose la ropa con las manos.
–Vengo a pedirle un favor –contesta Rafa.
–¡Caramba! Has traído una amiga. Esta niña no es de por aquí ¿verdad?
–Es de Cuba, que es una isla grande que hay en América. Se llama Shami y ahora vive aquí, en el pueblo, justo frente a la frutería.
–Me alegro de conocerte. Perdona que no te de la mano, pero las tengo llenas de polvo –comenta Frasquito mostrando las palmas de las manos.
Los niños se sientan en la oficina y Frasquito les pide disculpas por el desorden y por la cantidad de polvo que hay por todas partes. Les explica que desde que su mujer murió todo anda patas arriba. Entonces Rafa le cuenta toda la historia de la tortuga y el problema con el estanque. Además le pidió, por supuesto gratis porque su madre no iba a gastar ni un céntimo, que hiciese el arreglo del estanque.
–Tengo mucho trabajo. Hay gente esperándome para que les arregle sus casas. ¿Cómo voy a perder un día en tonterías de niños?
–¿Puedo hacerlo yo? –pregunta la voz Paco, el repetidor, desde la puerta de la oficina.

Ninguno de los dos salía de su asombro y, sin embargo, van camino de casa acompañados por Paco y cargados con los materiales necesarios para construir el estanque. Cada vez que puede, Shami lo mira de reojo y piensa que no sabe mucho sobre Paco, no tenía ni idea de que fuese capaz de hacer un estanque y tampoco sabía que no tenía mamá.

Paco sabe lo que se hace, piensa Shami. Prepara el cemento con habilidad, corta los azulejos minuciosamente y los coloca en su sitio con mucho cuidado, dándoles golpecitos hasta que encajan totalmente. Habla poco, pero Shami sabe que está contento. Lo nota porque le brillan los ojos de un modo muy especial; lo nota porque lo ve todo el rato sonriendo; lo nota porque hoy, el tercer día de trabajo, Paco les ha contado cosas de su madre.
El estanque casi está acabado. Los niños lo miran mientras comen mandarinas que Lola les ha llevado y hacen planes cuando de pronto, Paco se levanta en silencio y se acerca a los rosales. Shami y Rafa se miran, saben que algo pasa, así es que, deciden acercarse.
–No me gusta hacer planes. Mi madre y yo hicimos muchos planes juntos –susurra Paco casi sin voz.
–Es bonito hacer planes –contesta la niña.
–Pero ahora no puedo realizar ninguno. Ella no está. Y no va a volver...
–¡No digas eso! –interrumpe Shami–. Tu madre está contigo Paco, te lo aseguro. Te acompañará en todo lo que hagas.
–¡Qué sabrás tú! ¡No tienes ni idea! Tu madre está ahí, justo ahí, cruzando la plaza. No puedes ni imaginarte lo que siento. ¡No puedes! –grita Paco a la vez que se seca las lágrimas con la mano.
–Mi abuela murió justo dos meses antes de venirnos a España. –Dice Shami–. Iba a venir con nosotros, era su ilusión, pero no pudo. El día antes de morir, mi madre le pidió que se pusiera buena, que si ella no venía, nosotros tampoco. ¿Sabes lo que contestó mi abuela? Pues la mandó callar y le dijo que donde mi madre fuera, ella la acompañaría, y que sería feliz cada vez que ella lo fuera. También aseguró que el corazón de una madre siempre acompaña a sus hijos, y que sólo necesita que le dediquen un pensamiento agradable todos los días.
Ante la insistencia de Shami, Paco se gira hacía el estanque, respira hondo y dedica un pensamiento a su madre.
–De esto, ni una palabra en el colegio –dijo volviendo al trabajo.
Shami sabe que Paco es un niño triste porque aun no sabe vivir sin su madre.

Por fin ha llegado el gran día, hoy llenarán el estanque. Paco y Rafa limpian el fondo del estanque y la niña coloca alrededor las macetas que la abuela de su amigo les ha regalado. Después de casi veinte viajes a por agua, por fin, está lleno. Sólo falta esperar a ver si en agua se escapa por alguna grieta. Tras unos minutos comprueban que todo está perfecto. Así es que se arma un revuelo impresionante. Los tres saltan y gritan de alegría. Shami vio a Lola, la frutera entrar asustada por los gritos y seguida de cerca por algunas clientas, y vio Juan sonriendo desde la ventana de su cuarto. Se acercó al estanque y comprobó que estaba precioso. Los tonos azules de los azulejos se mezclaban bajo la transparencia del agua. Las piedrecillas blancas formaban una playita que relucía bajo el Sol. Las plantas, perfectamente organizadas, lo rodeaban casi todo.
–Juntos podemos hacer lo que queramos –dijo Shami dando la mano a sus amigos.
–Somos un buen equipo –afirma Rafa.
–Es verdad, somos los mejores –asegura Paco apretando las manos.
Matilde, que hasta entonces paseaba lentamente por el patio, pareció presentir algo porque sin ayuda de nadie se acercó. Caminando pesadamente hasta alcanzar el borde del estanque. Estiró el cuello, levantó la cabeza mirando al cielo y después de unos segundos, sin ninguna prisa, se metió en el agua a nadar.
–Siempre levanta la cabeza y mira al cielo. No sé porqué hacen eso las tortugas –comentó Rafa encogiéndose de hombros.
–¡Yo lo sé! Lo hacen para dedicar un pensamiento a su madre –respondió Paco y le dio un beso en la mejilla a Shami.

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