sábado, 28 de noviembre de 2009

-HÁBLAME DE TI por Daniel López Mendoza

HÁBLAME DE TI

Carlo Ferrero González “Yo también he estado en Nueva YorK”, “Mi padre se parece un montón a mí”, “Tuve un cólico nefrítico y te aseguro que duele más que un parto”. Una noche corriente, al salir del cine escuchas a Federico “Me ha encantado la historia, refleja a la perfección cómo el ser humano no se conoce a sí mismo y la fotografía es genial ¿eh?”, Antonio contesta “La morena estaba riquísima” y Carlo apuntilla “A mí también me han operado de apendicitis como al prota”. Carlo Ferrero González.


Carlo camina encogido con las manos en los bolsillos. El viento frío de la tarde reseca sus orejas, agitándole el pelo. Acostumbra a vestirse según el tiempo del día anterior. Hoy ha tenido un mal día en la oficina, no puede quitárselo de la cabeza, Rosario le ha confundido a lo lejos con Martínez. Durante el paseo hacia la cafetería Carlo hace paradas periódicas en los escaparates y se observa en el reflejo del cristal.


-Perdonad la tardanza ―Federico junta las palmas de las manos en señal de disculpa― ¿lleváis mucho rato?
-Sólo una cerveza.
Antonio levanta el vaso mostrándole a Fede el resto de cerveza sin espuma, lo liquida de un trago y una mosca adosada al cristal del vaso emprende el vuelo. La mosca revolotea por la mesa, planea por encima de una silla vacía y aterriza en el asiento de la silla contigua, donde descansa el maletín de Carlo. Fede coloca con mimo la bufanda y el gorro de lana encima del maletín. La mosca espantada sube al respaldo de la silla, abrigado por la chupa de cuero de Antonio.
-¿Qué tal chico? ―sonríe Federico.
-Ahí voy ―suspira Carlo embobado en su cerveza vacía— sobreviviendo.
Federico instala su chaqueta de pana sobre la chupa de cuero y se acomoda en la otra silla junto a Carlo. La mosca abandona la mesa.
-Por fin ha llegado el otoño de verdad ¿eh? El viento mueve las hojas caídas, en mi bloque huele a puchero caliente, vuelven los puestos de castañas. ―Fede golpea con la mano la mesa— ¡Es genial!
-¡Qué dices! ―Antonio levanta el índice y llama al camarero— El otoño es una mierda. Las mujeres se tapan hasta el cuello, parecen todas iguales.
-A mí en otoño se me cae el pelo.
Carlo se peina hacia atrás con los dedos y analiza después su mano sin encontrar pelo alguno. Antonio mira a los ojos de Fede y niega con la cabeza.
-Y encima de todo, mañana va a caer una tromba buena.
-Me parece fantástico, que la atmósfera se limpie de toda la polución humana.
-Yo ―Carlo es interrumpido por la llegada del camarero.
-¿Qué falta por aquí?
-Cerveza.
-Cerveza.
-Yo quería un té con hojitas de hierba buena por favor.
Federico acerca la silla-ropero y hurga en el bolsillo de su chaqueta. Planta sobre la mesa una pequeña grabadora.
-¡Voilá! El otro día haciendo limpieza la encontré. ¿Qué os parece?
-¡Hostia! ―Antonio da una palmada en su frente― La de gilipolleces que hemos grabado ahí.
-Es igual que la mía. La perdí hace años.
Una antigua canción de discoteca suena en la grabadora cuando Fede la acciona. “Perdón” rebobina la cinta. El camarero llega con las bebidas. “Gracias”. Clack. Vuelve a darle al Play. Una melodía a capela formada por tututus y tatatas arranca tras un breve silencio. En la cabeza de Carlo se monta la imagen de la tienda de campaña donde se reunían de pequeños. “Buenos días, es 24 de Julio en el Campamento Costa Tropical y comienzan las noticias” Al escuchar la voz enlatada diciendo “Gonzalo sufrió el robo de sus calzoncillos mientras…”, “Se confirma el romance entre Samuel y Lourdes”, Carlo evoca al pequeño Fede con el pelo rizado y las paletas salidas. Los tututus y tatatas vuelven seguidos de un silencio. “Señoras y señores buenas tardes” la voz chillona de un Antonio con el pelo revuelto y pecas en la nariz penetra en los oídos de Carlo “Vamos a entrevistar al último premio Nobel de Medicina, el Doctor CaradePolla” una risas ahogan el discurso “Ejem, bienvenido Doctor CaradePolla” estallan unas carcajadas que no cesan hasta producirse un corte en la grabación. “Ehh…El número premiado en…en la lotería es el cuarenta y tres mil…uff…mmm…el cuatro, tres, cinco, siete, tres”. Estas últimas palabras, seguidas de un nuevo corte, dejan pensativo a Carlo, sin ponerle cara a la voz.
-¿Y este quién es?
-Quién va a ser imbécil, tú.
La voz de una chica surge de la grabadora interrumpiendo la conversación. “Hola. No sé qué decir” Las palabras de Amanda sumen a los tres amigos en un silencio dilatado.


La cerradura se resiste. Carlo entra tambaleándose en el apartamento y manotea en la pared hasta dar con el interruptor de la luz, click. Despacha sobre la mesa el maletín y el correo. Enciende la televisión y hace un repaso a la programación al tiempo que bosteza. “Ehh…El número premiado en…” las palabras de la grabadora vuelven a su cabeza. Apaga la televisión. Conforme se desvanece la imagen en la pantalla, la figura adolescente de un Carlo alto y esbelto toma cuerpo en su mente. Mira el correo y coge la carta del recibo de la luz y la guarda en una caja. Analizando el resto de cartas, Carlo las separa en dos montoncitos. En el primer montoncito deposita las cartas donde han escrito su nombre correctamente, en el segundo se acumulan las erróneas Carlos Ferrero González, Carlo Ferrer González. Carlo no comprendía cómo Amanda le gustaba a tantos chicos, era una niña insoportable. La última carta está escrita a mano Simón Díaz Márquez. No acierta ni el nombre ni los apellidos, por lo tanto segundo montoncito. Carlo toma las cartas erróneas y las rompe en cuatro pedazos, las junta con las del primer montoncito y las tira todas a la basura. Arrastra los pies hacia la cama.


Carlo corre desesperado por la avenida y no ve cuándo llegará a la cafetería. Lo está pasando mal en la oficina. Hoy le ha pedido por teléfono a Rosario “Pásame con el jefe” y ella ha contestado “¿De parte de quién?”. La tormenta lo ha cogido de lleno, la bufanda chorrea y los zapatos emiten pedos a cada paso. Al detenerse en los semáforos las palabras de Rosario gotean en su nuca, “¿De parte de quién?”, “¿De parte de quién?” “¿De parte de quién?”.


-Puta lluvia.
-¡Dios mío! —Federico se tapa la boca— Se me enfría el alma de verte así.
-Tómate algo que te caliente —Antonio llama al camarero con el dedo— Menos mal que mañana vuelve sol.
Carlo se deshace de bufanda, guantes, zapatos y calcetines. Los coloca en la esquina de la cafetería junto a los paraguas de Antonio y Fede.
-¿Qué les pongo?
-Un sol y sombra.
-Buena elección —Antonio devuelve al camarero el vaso de cerveza vacío— ponme a mí otro.
Fede alza la taza de té ante el camarero y mueve la cucharilla con lentitud. Los golpes de la cucharilla en la taza siguen el ritmo del jazz que llena la cafetería vacía.
-Ayer estuve toda la noche pensando en el campamento —llega el camarero con las copas y Antonio las recoge— Ah, gracias.
-Yo también estuve pensando —Carlo toma un trago— Oh, dios —echa la cabeza hacia atrás y suspira— Esto es lo que necesitaba.
-A mí no se me va de la cabeza Amanda. Cabello de oro, piel de leche y labios ardientes —Federico mueve la mano deleitándose como un italiano— Era una diosa.
-Sí, sí cabello de oro —Antonio da un codazo a Carlo— pero tenía un par de tetas.
-La verdad que a mí nunca me gustó esa chica.
-Por favor Carlo —Antonio abre sus brazos en jarra— Todo el campamento estaba deseando ir a la playa para verla en bikini.
-¿Ah no te gustaba? Mira lo que rescaté ayer cuando volví a casa.
Federico saca del bolsillo un pequeño sobre azul y se lo entrega a Carlo. Una serie de estrellas de distintos tamaños y coloreadas con torpeza envuelven una escritura que tartamudea Amanda.
-¿Y esto?
-Léela, ya verás que divertido.
Carlo saca un papel doblado de color azul. Al desplegarlo se desprende un olor a tierra, igual al de la tienda de campaña. Entre diversas manchas toman posición unos versos inclinados hacia abajo.

Por una mirada, un mundo,
por una sonrisa, un cielo,
por un beso…¡yo no sé
que te diera por un beso!

CARLO


Carlo busca desconcertado los ojos de Federico.
-Se la robé a Amanda porque iba ensañándosela a todo el mundo.
Carlo desvía la mirada hacía la ventana, sin entender nada. En la calle un hombre forcejea con su paraguas. El viento sólo le permite llevarlo del revés. Tras abrirlo y cerrarlo varias veces el paraguas da vuelta y el hombre prosigue el camino. Tres varillas se han roto y el hombre está empapado. Carlo vacía de golpe la copa en su gaznate.


La puerta del apartamento se cierra de un portazo. Carlo tropieza con el mueble de la entrada y da con la cara en el suelo. Incorporándose, agarra el marco de la puerta del baño y entra en él. Mientras intenta orinar dentro del váter, apoya la cabeza en la pared para no perder el equilibrio. El azulejo frío le refresca la frente. Las ideas fluyen al ritmo de la orina. “Por una mirada…”. Suspira al tiempo que golpea levemente el azulejo con la cabeza. “por una sonrisa…” Entra en el salón desplomándose en el sillón. No recuerda cuándo escribió esa maldita carta. Llena los pulmones y resopla expulsando un aire cálido que huele a coñac y anís. En su memoria sólo encuentra las noches en la tienda de campaña, los juegos con los monitores, la comida horrorosa que les daban o las gamberradas qué hacían como dejar desnudo a alguien y lanzarle un cubo de agua fría. Saca del bolsillo un par de cartas. Observa por última vez el sobre azul destinado a Amanda, hace una bola con él porque esa no es su letra y lanza la bola por la ventana. El otro sobre presenta unas letras irregulares Simón Díaz Márquez, le da vuelta Lucía Ayala Ballester. La abre

Hace un mes que no sé nada de ti. No hay manera de dar contigo, te llamo al teléfono y no lo coges, te escribo y no contestas. Estoy desesperada, no puedo más. Por favor llámame, escríbeme o mándame un e-mail luciaayala@hotmail.com.

Un beso muy grande
Lucía

Cierra los ojos y echa la cabeza hacia tras. “Hace un mes que no sé nada de ti”, “Por una mirada”, “¿De parte de quién?”, “Amanda”, “Estoy desesperada”. Carlo abre los ojos y observa la mesa del salón. Los periódicos de distintas fechas se distribuyen sin orden por la mesa. Encima del ordenador portátil está el periódico de hace dos días abierto en la sección de cultura, donde hay una entrevista a doble página. Una actriz sonríe a Carlo en una mueca forzada que sólo deja entrever una paleta. Carlo aparta el periódico y enciende el ordenador, metiéndose en su cuenta de correo.

Hola Lucía, soy Carlo Ferrero González. Vivo en el piso de la Calle Medina donde antes vivía Simón Díaz Márquez. Yo no sé dónde vive ahora, ni nada de él.

Un saludo
Carlo Ferrero González




Los rayos del sol se reflejan en el mango dorado del paraguas de Carlo. El calor se acumula en la cabeza de Carlo y mantiene viva la resaca del día anterior En la oficina está derrotado, al cruzarse por la mañana con Rosario lo ha parado “Ayer te vi en el cine”, “Ah ¿sí?”, “¿Te gustó la película?”, “No estuvo mal ¿no?”, “Pues a mí me pareció muy mala” ha sido la sentencia de Rosario. Carlo lleva meses sin pisar un cine.


-Qué pasa Gustavo Adolfo—Antonio levanta el vaso ante Carlo y lo agita haciendo espuma— ¿Cerveza?
-No por favor —Carlo toma asiento y deja el paraguas en el suelo— Tengo una resaca de cojones.
-Lo mejor para la resaca es una cerveza bien fresquita.
Carlo cierra los ojos, se aprieta un momento cada sien con el pulgar y el índice de la mano derecha y se revuelve el pelo con la misa mano.
-¡Uff! Venga vale.
-Ese es mi Carlo —Antonio hace una seña al camarero— Qué día tan bueno ¿eh? ¡Qué sol!
-El día es maravilloso, con este sol se abren los crisantemos al pie de las veredas.
Llega el camarero recogiendo el vaso de Antonio y la taza de Fede.
-¿Qué les pongo?
-Tres cervezas.
-No, yo quería un zumo de zanahoria.
-Venga hombre —Antonio da un manotazo en la mesa— Tómate una cerveza y vamos a celebrar San Viernes.
-Me parece bien.
Antonio se desplaza hasta la silla vacía. Busca en los bolsillos interiores de su chaqueta y saca un sobre blanco. El camarero vuelve con las cervezas, las deja en la mesa y se marcha. De pié, Antonio agarra una cerveza.
-Brindemos.
-Vale —Federico sonriente se levanta, Carlo también lo hace resoplando— ¿Por quién brindamos?
-¡Por los crisantemos!
Los tres vasos chocan y parte de la cerveza vuela. Toman asiento de nuevo, Antonio abre el sobre y desparrama unas cuantas fotos por la mesa.
-Llevo dos días buscándolas. Mirad, mirad.
Las tres cabezas se aproximan al centro de la mesa para ver la foto de la monitora Lourdes, preciosa. En la siguiente foto aparece Fede con sus paletas salientes empuñando el micro mientras entrevista a un pecoso Antonio.
-Qué foto más chula —Carlo recupera el ánimo— Creo que tengo una parecida.
-Pues claro, si la echaste tú.
-Ah.
Carlo queda extrañado y la foto de Gonzalo intentado rescatar sus calzoncillos de la palmera pasa desapercibida para él. Una nueva foto llama su atención. A la izquierda hay un grupo de chicos riéndose entre los que reconoce a Alfonso, Jaime y Paquito. Escorada a la derecha una pareja de espaldas abrazada por la cintura señala al centro de la imagen. Los cabellos de Amanda y los hombros de Jorge son inconfundibles. La parte central la ocupa un chico bajito y desnudo. Está empapado de agua y el pelo el tapa los ojos.
-¡Vaya! ¿Y este quién es?
-¿Tú qué crees?


La llave entra en la cerradura sin dificultad, la puerta del apartamento se cierra con suavidad. El interruptor de la luz aparece, click, al primer intento y el mueble de la entrada permanece en su sitio. Carlo entra en el baño para lavarse los dientes. Al mirar en el espejo no ve a Carlo Ferrero González, tampoco al Carlo bajito que decía el número de la lotería en el campamento. Se enfrenta con un desconocido. Agacha la cabeza y mira el sumidero del lavabo. El agua arrastra los restos de espuma, atravesando la malla de pelos depositada sobre los orificios del sumidero. Bosteza. “Ayer te vi en el cine” Carlo decide que irá al cine de verdad este fin de semana. Enciende el ordenador para ver la cartelera, pero antes revisa su correo electrónico. Encuentra un e-mail de Lucía.

Hola Carlo, muchas gracias por contestar. Llevo mucho tiempo sin hablar con Simón y lo necesito. Estoy pasando una mala racha y necesito un apoyo. Ha sido todo un detalle que respondieras, seguro que eres una buena persona. Háblame de ti por favor Carlo, ¿Cómo eres?

Un abrazo

Imagina como es Lucía pero no llega a ponerle cara, ni voz. “Háblame de ti”. Mueve el ratón y pulsa Responder.
Cursiva
Hola Lucía

Piensa, pero no sabe por dónde comenzar si por la infancia, por su día a día o por sus aficiones. Tras un largo rato de búsqueda en su interior apaga el ordenador, sin escribir una palabra de un tal Carlo Ferrero González.




Daniel López Mendoza

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