lunes, 30 de noviembre de 2009

-Libros mudos por Miguel Ruiz Poo/ Relato 1 miguelpoo@gmail.com

Se sienta. Mira rápido alrededor con un gesto nervioso batiendo su melena, todo está en su sitio en la biblioteca. Olga la estudiante rusa ojea tímidamente los manuales de español, Alfredo continúa su arduo trabajo almacenando en sus blancas sienes, palabra a palabra, la enciclopedia Espasa, ahora lee entre dientes el volumen F-GEO masticando cada palabra, cada definición casi en voz alta como hacen las personas mayores.

Abre su portátil y se conecta a Internet, siguen apareciendo caras conocidas, el joven de la libreta, la mujer madura y apetecible con un portátil igual al suyo, el hombre que solo lee revistas, el hombre que solo lee prensa, todos ocupan exactamente el mismo sitio, desde el primer día, como cada palabra en la enciclopedia que lee Alfredo, ordenadas exactamente.

Somos animales de costumbres, también en la biblioteca –piensa--. Mira sus manos tecleando en el ordenador, están mejor, la biblioteca es el único lugar en el que puede pasar horas sentado sin morderse las uñas, le parece que éste es el único lugar en el mundo en el que todo esta donde debería estar. Le tranquiliza la luz y el silencio, y los libros casi latiendo en un sonido acompasado, toda la biblioteca latiendo esperando ser liberada. Además, después de mucho buscar, ha encontrado la esquina de menos trasiego de la biblioteca, la sala de poesía contemporánea Andaluza.

En esta esquina monta guardia todas las mañanas. Allí esta su primer y único libro “Tornasol” una antología con sus poemas de la adolescencia que alguien creyó conveniente publicar. Al principio no le gustaba espiar a sus lectores, se sentía sucio. Luego, con el tiempo se dio cuenta que no tenía lectores, que era el más inservible de todos los espías, un completo despilfarro para el servicio de inteligencia.

Comienza con su trabajo, decía siempre a sus amigos “no hay trabajo más duro que buscar trabajo, mira su correo, ninguna alegría electrónica, ninguna oferta laboral, ninguna carta de un amigo de la infancia requiriendo sus servicios, ninguna novia antigua enviando un beso virtual. Ojea la bolsa de trabajo del desempleo, infojob, cibercontrata, laboralia, conoce las ofertas casi de memoria las mismas desde hace meses, las mismas en las que dice:

- Jóvenes menores de veintiuno.

- Sólo con contrato de formante.

Escucha ruidos, cuchicheos, el mugir de una manada de sillas arrastrándose sigilosamente. Han llegado los estudiantes por detrás, en el apartado de libros de texto, allí se arremolinan todos, allí rugen las miradas que disimuladamente se apartan de los libros para llamar la atención de otros ojos. El lo sabe, también fue estudiante.

Ahora la intensidad del ruido es mayor. A los gritos hormonales de los estudiantes se unen las búsquedas de los amantes de narrativa, que pasan por la esquina de la poesía con indiferencia. La multitud coge y deposita, coge y deposita, deposita y coge, tejiendo el ritmo al que baila la biblioteca.

Sigue con su rutina, la misma desde hace meses. Ya son casi doce, desde que dejó de cobrar el desempleo, casi veinticuatro los meses sin trabajar. En el ciberespacio va al apartado ayudas y prestaciones.

—Prestación para desempleados que hayan acabado el paro en el último mes.

—Matrícula gratuita para personas en situación de desempleo que aún estén cobrando alguna prestación.

—Carajo —murmura. Mira alredor con el mismo gesto nervioso, no lo han escuchado, la esquina de los poetas contemporáneos andaluces sigue inmutable.

Ahora Olga se acerca a la estantería callada, se acerca cada vez más a su libro, no puede ser, no puede ser —piensa—, Olga va a coger su libro, pero no, solo estaba curioseando.

—Carajo—piensa. Le parece que nunca esta en el lugar correcto, le parece que hay una edad en la que no se puede estar en el lugar correcto.


Pasea en su bici, hoy ha terminado temprano su circuito en el que entrega todos los curriculum que pueda en las tiendas que quiere. Le vibra la pierna, al principio cree que es un calambre, ya no es un chavalito —piensa—. Luego se da cuenta que es el teléfono. Estaciona como puede.

—Hola Joaco como vas. —dice su padre al otro lado de la línea.

—Mmm... Bien. —tose un poco, muy poca gente sabe lo que se siente al estar días, semanas en silencio.

—¿Has encontrado algo? Que tal la entrevista.

—Mmm... No se me llamaran creo. —Tose de nuevo, las palabras aún salen forzadas raspando la garganta.

Sabe que no lo llamarán, la última entrevista fue hace semanas y no lo llamarán. Recuerda aún el gesto en los ojos del entrevistador sus “¿dónde te ves dentro de cinco años?” sus “¿eres extrovertido o introvertido?”.

Yo que carajo sé, —le hubiese gustado responderle—, ¿y se te digo que dentro de cinco años tu vas a estar en el paro y yo voy a tener tu puesto?, ¿y si te digo que soy una fiesta, extrovertido, responsable, ah y que tengo un defecto soy muy perfeccionista claro?, ¿y si te digo que toda esta entrevista es una puta gilipolles y tu lo sabes?

—Bueno Joaquín esta semana te llamaremos con lo que haya.

—Habrás ido pelado. —continua el padre sin dejarlo terminar.

—Me gusta mi pelo así. No estamos en los cincuenta papá.

—Coño Joaquín tienes que parecer serio.

—Soy serio. —las palabras se calientan y ahora pasan fluidas, solo que no quiere hablar.

—Tienes una carrera, eso debe servir de algo ¿no?

—Lo mismo me pregunto yo.

—Bueno mantenme al tanto, aquí en el pueblo no hay muchas noticias.

—Si bueno, como esta mamá. ¿Ya recupera su tono habitual?

—Por eso te llamo, esta bien y es que —se detiene, se detiene en seco, como su bici hace un momento— el otro día la vecina nos comentó que alguien estaba interesado en el piso, probablemente vayan mañana a mediodía para que se lo enseñes.

—Mmm..., no sé si pueda. -tose esta vez detiene las palabras en la garganta miles de palabras que regresan y estallan en su estómago-.

—Joder Joaquín esta vez no la jodas vale. Esa fue la condición desde el principio. Necesitamos vender el piso, podías vivir allí vale, pero tienes que enseñarle el piso a todo el que lo quiera ver.

—Ummm... umm, esta desordenado.

—Pues ordénalo carajo o estas muy ocupado en la oficina.

—Vale. —No lo aguantaba, no aguantaba no poder tirarle el teléfono, como se tira una puerta, no aguantaba las torpes ironías de su padre.

Se muerde las uñas, sabe que todo esta en juego, ahora muerde sin piedad los padrastros y se siente un ave de rapiña, un buitre aprovechándose de sus manos, un buitre adentrándose en las entrañas de un buey. Se muerde las uñas y odia a su padre.

Da vueltas por su piso sin cesar, suena la cafetera, aún no se ha tomado el primer café de la mañana, mira la cafetera y sabe que reventará su estómago y que será una escalada de ansiedad hasta bien entrada la noche.

Si no esta ocupado la casa le inquieta. Si ha de esperar, prefiere esperar en la cola del paro, en la parada del autobús, en el mostrador de la biblioteca.

—Si es abominable —piensa mientras mira su salón vacío, con tan solo el pequeño sofá de la abuela y una lavadora que también hace las veces de mesa.

Sigue dando vueltas, ahora ve las dos habitaciones al fondo del pasillo, habitaciones que compartía con sus tres hermanos, pasillo que era al tiempo campo de futbol, la pista de los 100 metros lisos durante las olimpiadas del noventa y dos, pasillo que ahora recorre y se imagina a Carl Lewis que le pide su melena prestada, y corre, levanta los brazos al llegar a las habitaciones pero están vacías, no hay pantalones tirados, ni libros, ni peonzas, ni balones, ni discos, se estremece al pensar que corre cada vez más rápido hacia la nada.

Va a su cuarto, se acuesta sobre el colchón que está a ras de suelo. Abre lentamente “la elegancia de los esclavos” lo ojea, ¿y si muere ahora? —Piensa—, ¿y si muere y nadie enseña el piso?, ¿qué inquilino querrá cargar con este muerto?, ¿y si muere y empiezan a leerle en la biblioteca? Suena el timbre.

Camino a la puerta sabe lo que pasará. La casa tendrá vida de nuevo, alguien, quizás el tipo que espera tras la puerta follará en la habitación de sus padres, quizás traiga algún niño que ahora hará carreras no por el pasillo, sino en alguna consola. Sabe que regresará al pueblo con una maleta y las uñas carcomidas. Sabe que regresará al pueblo donde todos sus amigos tendrán un coche y estarán casados. Sabe que en la biblioteca Alfredo seguirá leyendo una a una las definiciones de la enciclopedia Espasa y que Olga seguirá memorizando esas definiciones mientra estudia los manuales de español. Sabe que su libro seguirá mudo por días, semanas, meses, años.

2 comentarios: