sábado, 19 de diciembre de 2009

- CUSTODIA -por Carmen Romero

– Antoñito, mamá y yo iremos a pasar la Navidad a Roma.

– Sí hijo, como te dice papá, nos vamos de viaje. Mientras tanto pasarás unos días con el tío Javier.

– ¿Los Reyes Magos vendrás allí? ¿Me dejarán los regalos en casa del tito Javi?

– No. Papá y yo estaremos de vuelta el día tres de enero. Los Reyes Magos dejarán tus regalos en casa, como cada año.




En el salón están las maletas de los padres de Antonio.


– Despídete de tu abuela, Antoñito.

– Adiós abuelita, vendré para Reyes.

– Sí cariño, veremos la cabalgata juntos. Este año la tía Vicenta está en casa y desde su balcón se ven las carrozas estupendamente. Hasta pronto precioso.

Antonio mueve la mano derecha acercándola al cristal de la ventanilla trasera del coche diciendo adiós a su abuela que hace lo mismo que su nieto con la mano izquierda desde el umbral de la puerta de la casa.





Javier abre la puerta porque ha recibido la llamada de su hermano diciendo que le mandaba al niño. Lo normal hubiera sido que Dionisio abriera la puerta.

– ¡Hola titoooo!

– Buenas muchacho. ¡Creces por meses! Pasa y deja tus cosas. Dionisio te llevará hasta el cuarto de invitados.






Mientras transcurre la cena de Nochebuena en casa de Javier con su sobrino y su pareja, Víctor, suena el teléfono fijo; Dionisio lo atiende.
El mayordomo, con prudencia, espera a que termine la cena y cuando Javier se aproxima al cuarto de baño Dionisio lo interrumpe justo cuando Javier va a girar el pomo de la puerta del baño:

– Señor, disculpe, la llamada…

– Dígame, ¿quién llamó?

– Llamaban de la embajada española en Italia.

– Sí, mi hermano. ¿Qué quería Toni?

– No hablé con el señor Antonio, sino con un funcionario de la embajada.






Después que Antoñito se quedó dormido, en la amplía habitación de Javier la pareja habla…

– Es horrible, Víctor. Espantoso.

– ¿El qué?

– Dionisio… la llamada… me ha dicho…

– Tranquilízate cari que te sube la tensión, ¿qué pasa?

– Mi hermano y mi cuñada.

– ¿Han llamado? ¿Qué tal les va por Roma?

– No, no han llamado. Nunca más volverán a llamar. De hecho, nunca más volverán…






– Entonces Antoñito se queda conmigo. Usted sabe que mi casa es grande y tengo servicio. Al niño no le faltará de nada y usted podrá verlo cuando quiera.

– Hombre, la verdad, es que yo ya estoy mayor para atenderlo en todas sus necesidades. Demasiado ajetreo. Pero quiero a mi nieto y quizás ahora no es consciente pero es una pérdida muy grande. ¡Ay!, quedarse huérfano tan chiquitín.

– No se preocupe señora Julia, aquí va a estar bien atendido y siempre tendrá a su abuela materna y a su tío para que no le falte de nada.






Es día seis de enero. Antonio abre los regalos en el salón de la casa de su tío Javier. Su abuela materna y Víctor acompañan también al niño. Julia siempre creyó que Víctor era un vecino del bloque de Javier pero cambió de parecer cuando observó que ambos unían sus labios en un beso de despedida cuando Víctor se marchaba a trabajar. Julia fue discreta y siguió jugando con su nieto.




– Ese es el veredicto, podemos apelar, pero no hay muchas esperanzas de que vayamos a conseguir mucho más –dijo el abogado de Javier a la pareja de chicos.



– Pero yo quiero quedarme con mi tito. Su casa está muy bien y tengo mi propio cuarto de juegos y una profesora particular.

– Antoñito, cielo, tu tío no te va a dar la mejor educación y hasta tus dieciocho años yo soy tu responsable.

– Pues cuando sea mayor pienso irme con él.


– Bueno, chiquitín mío, algún día lo entenderás. Mañana empiezas las clases en tu colegio nuevo, allí comerás y dormirás también. Yo iré a verte cada domingo; la abuelita está algo mayor, lo entiendes, ¿verdad?








En la habitación de Javier se respira la tristeza. Víctor intenta consolar a su novio.


– Ni si quiera sé si volveré a verlo.

– Cuando pueda decir por sí mismo seguro que prefiere estar aquí.

– Para entonces igual es demasiado tarde, aún no sabemos si soportaré la quimioterapia.

– No seas pesimista mi amor. Tú eres fuerte. Aguantarás eso y mucho más. Ya verás como sí.

– Es mucho tiempo, mucho tiempo… quién sabe…






Carmen Romero - Relato 3

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