domingo, 6 de diciembre de 2009

- TIOVIVO - por Álvaro Jiménez Angulo

tiovivo


A su hermano, el Jacinto, el del 13, rara es la vez que se le ve sin unas tenazas, alicates o martillo, en su mano izquierda (es zurdo), ya que es hombre flacucho, peinado al cepillo, brazos cortos y, siempre que se ríe, al tercer o cuarto niño llégate por una anca la Molina, deja ver ese diente guardado con tanto esmero para comer y, eso cuando come
la hija de la gran puta aunque zu madre era zanta

le dice siempre, a su hermana, cuando el Jacinto abre las aletas de su nariz cotorrona y, en dos tientos, se percata de que la Bola, su mujer, se ha llevado lo poco que había y, esto es un día, y el otro

a ve zi mañana tiene coño y coge algo maldita zean…

y, es que, hasta que al Jacinto no se le pasa y se pone de nuevo a arreglar cacharros en el corral, su hermana, paga

zi es que no te enteras, ostias y, tú, Manolo, zaca la moto a la calle o te juro por la madre que te parió que tú y tu tía mañana os veis en la calle, el día que la pesque aquí…

la Roble, tan acostumbrada está a la cantinela que , se queda así, al lado de la moto, arrimadita a la puerta de la calle, más por costumbre que por miedo, con su sonrisa bobalicona, algo como iluminada, mirando el relorcito colocado encima del televisor que le regaló la Charito y que le gusta tanto
do te do te do te
repite la Roble en su cabeza

pero, como ya se escucha el jaleo de sirenas, la Roble que, las distingue, sale con su paso bamboleante a la plazoleta
Roble, ¿la primera que suena cual es?
y, la Roble
ae, la de Colegio Público Miguel Hernández

y, a cada pregunta, la Roble acierta y, por cada acierto, una goma, una tiza, una hoja
Roble, ¿qué edad tienes?
y, la Roble
ae

y nada más, muda, con su sonrisa bobalicona, algo así como iluminada, mirando a los jóvenes con la cabecita apoyada en su hombro derecho, guardándose la goma, la tiza, la hoja, en el bolsillo de su bata
Roble, ¿y el novio, cuando saldrás con él y nos lo presentas?

y, la Roble, se sienta allí mismo, en la arena, dibujando con el lápiz a trazo decidido, porque la arena de la plazoleta se deja hacer, y nada más


Elena, la del 6, no se habla con la Bola, la del 5, fue algo de que tú has dicho y, la otra, to mentira, so mentirosa, mentirosa yo mentirosa tus muertos y, la gente, agolpándose para ver a la Elena, muleta en mano, buscando la cabeza de la Bola y, la Elena, la encasquetó por la cola y, el Jacinto, con unos alambres en la mano, por Dios Elena que la va usté a matá, pero no soltaba los alambres y, cada vez más gente en la plazoleta y, a eso, que el Iván, el de el Escobar, le dice, al Meco, el del 9, que aligérate y llama a los civiles y, éste, apoyado en la furgoneta, de allí no se movía, que no me gagasto un duro por esa guguarra y, es que, por lo visto, la bola y el meco, anduvieron de juicio, allá por el verano de la expo y, es que, la Bola escupió en la puerta, en la suya, la del Meco, como si la muy guguarra no tuviera, la muy pupuerca y, el Meco, que llegaba de darle una vuelta a los galgos, la vio desde lejos y, la Bola,
Señor juez, cómo que me ha podio ve sino ve na que te echaron patrá de la mili por atontao
y, el Meco
aatontao tu sosososo (el meco, con los nervios, se atranca más) so guarra, que mimira la barriga inflá que que tienes de la ininfección que ti ti ti tienes en el cocoño, so so hijalagranputa, aunque tu tu madre era zanzanta

y, a eso, que llegaron los civiles y, el Meco, apoyado en la furgoneta, la plazoleta embotada de gente, la Elena, con un manojo de pelos en la mano y, la Bola, gritando si tenía que gritá
mire usted, señor guardia, con alevosía, con alevosía
y, el guardia
está bien, Encarna, está bien, tranquila, ahora hablaremos con Elena, entre usted en su casa y le dice a su hijo, cuando llegue del taller, que queremos hablar con él


Carmen, la Ratona, la del 7, pasa las tardes de mesa camilla con Elena, llora que te llora, porque Carmen, si algo tiene dentro, son lágrimas, que no cesan, que toda la plazoleta reza los días de vendimia para que el cielo llore tanto como la Carmen, la Ratona y, la Carmen, cada tarde, cada mañana, mira al cielo y suplica que acabe su llanto
que mire usted lena, que este Antonio mío se me… y to por la tía esa … ¡ay padre mío Jesús! que me lo tiene del revés…
y, la Elena,
si es que te lo dije yo, coño, que a tu Antonio hay que atarlo corto, que tu Antonio pone un pie antes que el otro y sin sabé donde dejó el de atrás, coño, que las mujeres se abren hoy día en cuanto ven unos pantalones distintos del que vieron anteayer, que yo, a mi Rafae…
y, la Carmen
ya lo sé lena, ya lo sé, el padre se lo decía ¡ay padre mío Jesús! que Antonio esto, que Antonio lo otro, su hermana, que usted sabe que mi Charito…
y, la Elena
escúchame coño, que yo a mi Rafae… ¿tu sabes lo que me decía mi Rafae de mozita? pues yo te lo voy a decí , mi Rafae de mozita me decía que yo picoteo porque los hombres pa eso tenemos el pico, pa picoteá, pero delante del altar, con mi Elena, que e limpia


y, la Carmen, la Ratona, la del 7, con el rosario, en la derecha, el pañuelo, en la izquierda, mirando con su ojo derecho los golpes de porque yo me casé muy limpia que Elena se da en el pecho y, con el izquierdo, el retrato de Rafae, de poco antes de licenciarse y aquellos hoyuelos uno a cada lado de la boca y, en estas, la Roble, levanta la mirada del tapete, para mirar a la Carmen, la Ratona, la madre de la Charito, su amiga, y le sonríe, le sonríe a la Carmen, con esa sonrisa suya bobalicona, como iluminada, inclinando su cabecita en su hombro derecho, para ponerse después con su goma, su tiza, su hoja

y es que , la Charito, siempre andaba de pequeña con la Roble
ae, Carmen ¿está Chaito?
y la Carmen, desde la cocina
no Roble, está en el colegio, ¡ay…

y la Charito llegaba, comía, y se lanzaba a jugar a la calle y, siempre que veía a los del instituto hablando con la Roble
tú, Enrique, me cago en la madre que te parió, deja a la Roble Roble toma, que te he traído deberes que me ha mandao don Rogelio para mañana

Y, así, una tarde y otra y, de vez en cuando, se unía la Fali, la de la Bola, a estas clases tan particulares, con la arena como pizarra, el sol, como cronómetro y, la Roble, como alumna que no pierde detalle en primera fila

La Charito es delgada, alta, su rostro desprende adjetivos de una novela de Dumas padre, pero para que la conozcas bien te tengo que decir que la Charito se llama Consuelo, y eso es la imagen de esta muchacha a la vista, un consuelo entre tanto bosque, y nadie quiere ver el bosque ante tal figura
ae, princesa

yo tampoco sé donde escuchó la Roble tal palabra, pero, lo cierto es que, la Roble, siempre que la Charito le acariciaba el rostro, sosteniéndoselo con ambas manos, enderezando su cuello, para después colocarle en la mano una goma, una tiza, una hoja, dejaba relucir su tierna sonrisa, bobalicona, algo así como iluminada
anda vamos, nos llegamos por la Fali y terminamos los deberes, que después el mamoncete del enano me deja sin recreo

la Charito era aplicada, aunque, poco a poco, se estaba dejando ir y, por mucho que los profesores, tanto el de gimnasia, como Ana, la de religión, como don Rogelio, le mandaban cartas a la Carmen, la Ratona, la cabra, como todos saben, tira al monte, por muy avispada que sea y por muchas visitas que Ana hiciera al 7

— Buenas tardes doña Carmen.

— Pase, pase usted, —grita Carmen desde la cocina— qué la trae por aquí ¡ay padre mío Jesús bendito! —saliendo de la cocina limpiándose las manos en el delantal— ya lo sé, mi Antoñito, pero por Dios bendito, si yo lo dejé en la misma puerta del colegio.

— No doña Carmen, no vengo para hablar con usted de Antonio, sino de Consuelo.

— Mi Charito está en la calle, en casa de la Bola, si usted quiere…

— No, prefiero hablar mejor con usted a solas.

y Ana le expone a la Carmen, la Ratona, las preocupaciones de Alberto, de don Rogelio, y las suyas, que Consuelo anda cada día más despistada, que ayer en el recreo por poco no ocurre una desgracia en las escaleras, que hace meses que no participa en clase, que su vocabulario no es de lo más correcto y, que las cartas que se han mandado para poner al corriente a usted, su madre, no ha recibido respuesta

— Ay hija mía, yo de cartas qué le voy a decí, si no sé lee ni escribí, mi marío se encarga en casa de los papeles —le dice, mientras le ofrece un vaso de agua.

— Pero usted y su marido se habrán percatado de que su hija cada día va adquiriendo costumbres que no son las más correctas.

— Yo, no sé, mi marío anda todo el día allá, pero siéntese por Dios señorita, siéntese —Ana se sienta, no muy segura, pero se sienta— porque eso, que el apoderao llega nada más terminá de comé y ya no viene hasta lo menos las ocho y, la niña, todo el santo día en la plazoleta, y mira que se lo tengo dicho, pero ella como el que oye llové. Yo, bien lo sabe el que está arriba —cogiendo una estampita de Nuestra Señora de Fátima— a ella se lo pido todas las mañanas…

— Escúcheme Carmen —sujetando el vaso con las dos manos— ¿Han pensado ustedes que Consuelo estudie el Bachillerato en Sevilla? Me ha comentado en clase que le hace ilusión, y que su tía tiene dos hijas de su misma edad.

— Ay, hija mía —levantándose para ir a apagar el fuego de la hornilla—, mi Antonio a eso siempre dice lo que decía su cuñao, el extremeño, que los mandas al instituto y, después, no te sirven ni pa ricos, ni pa pobres.


y, Ana, dejó el vaso en la mesa, el Antoñito entró y se quedó petrificado al ver a la de religión en su casa y, tras él, los primeros ecos de una polvareda, una polvareda que crecía por momentos y, con ella, la agrietada voz del Jacinto gritando por Dios Elena que la va usté a matá, que la va usté a matá





Álvaro Jiménez Angulo
Diciembre 2009

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